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13 marzo, 2019

Un puente a Nocaima


Aquella mañana descubro de golpe que entra la luz por la ventana. Me encontré con los ojos abiertos, rodeado de un mundo caliente que me mantiene en su sabrosa atadura por varios minutos.

Mirando el techo, recuerdo una sensación mucho más sabrosa y gratificante que permanecer en la cama un minuto más. Hoy me voy para Nocaima. Utilizando como arma esa emoción infantil me esforcé por ponerme activo y escapar de las cobijas.

Me vi levantándome y moviéndome por toda la habitación. Luego de unos segundos mi ágil cerebro se descubrió enmarañado por el sueño.

Gracias a un movimiento de mi cuerpo sobre su propio eje se dio la alerta. No me había movido un ápice, aún continuaba bajo las cobijas. Salte asustado, respirando rápido; sacudiendo mi cabeza para alejar de mí la modorra tramposa.
Logré escapar de mí mismo, tanto como de los pitos y gritos para ponerme en camino el subirme al bus número 15.



El puente

Con un tanto de asombro inventado por mi exaltada imaginación, me encontré rodeado por una súbita coincidencia. Subí al bus y busque mi silla que según el tiquete debía ser el número 15. El hecho mismo de estos encuentros numéricos me generaba muchas ideas de ciencia y probabilidad, me recreaban experiencias con Alan Poe y últimamente con Alejandro Montaña.

Alternativamente al recodar esos extraños eventos catalogados como de ficción me encontré de golpe con la irreverencia y en tal caso del culmen de las dudas respecto a la coincidencia. Hoy es quince me mayo.

Esa afirmación inesperada y no atendida anteriormente, atrapó mi interés.

Como no conocía narración de eventos del día 15 como del viernes 13 o una denominación numérica como la vista en el 666.
Me dedique a hacer cálculos con mis dedos y rayarme la mano con un esfero.

No sabía que estaba buscando, así mismo que aquellos cálculos estuvieran aferrados a alguna realidad. Se me ocurrió la descabellada idea de un puente.


-¿Papa que es gratis? -Escuché atrás de mi, luego de concluir mi meditación.

En esa vocecilla, más que la simple pregunta de curioso de un niño a su padre, la última palabra cumplió una función clave. No tanto para llamar mi atención como para generar un enlace, un puente.

-Quiere decir que no tiene precio, que no lo cobran- contestó el señor.

-¿Y por qué no cobran?
-por varias cosas
-¿cuáles?
-Un regalo de un amigo a otro, eso es gratis- Concluyó el mayor acomodando al niño en sus piernas.

Transcurrió el tiempo tan lentamente y las cosas se movían como se oían, en momentos interrumpidos, solo yo y las personas atrás de mi poseían el don de la normalidad.
Yo no había bebido nada alcohólico y mi alimentación menos que ver.

-Ahora duerma un rato
-¿Falta mucho?
-Siempre, como unas dos horas
-¿Por qué mi abuelita no vive en Bogotá?
-Debe ser porque allá vive el abuelo
-Aah!-Dijo el niño durmiéndose.

Con solo oírlos conversar, había descubierto con sudor en las manos un extraño parentesco conmigo.
Temblaba y los ojos por poco y se salen de sus órbitas, al dejarme llevar por la insoportable curiosidad de ver, y certificar una espeluznante sospecha.

Miré con cautela a mi acompañante, un hombre barbado con un sombrero bonito abrazando a un niño.
Respire hondo y con mis manos me incorpore, gire mi vista hacia la silla trasera. Caí de golpe en mi lugar. Mi corazón saltaba más que nunca, no lo podía creer.

Sin mayor esfuerzo reconocí a mi papá, delgado, así como aparece en las fotografías, cuando tenía unos veintinueve años, y el niño, según recuerdo de un video de un matrimonio de un primo, ya fallecido en un accidente, al cual serví de pajecito; ese niño era yo!

De un momento a otro esa atmósfera de movimientos subacuáticos desapareció. Mire mi reloj, eran las tres y diez de la tarde, es decir las quince y diez del día, y si mis cálculos no erraban aun me quedaban 5 minutos como obligado participe de este fenómeno.
Mire a mi alrededor y todo parecía completamente normal.
No existía ningún cambio ni en el ambiente ni en la gente.
Quede frio nuevamente al observar por segunda vez a mi compa-ñero.
Aquel hombre me miró y me dijo en tono en reclamo - ya es un abuso, van a ser 3 horas de viaje, no anda ni en bajada-.
Yo asentí con mi cabeza.
Mirando su rostro descubrí un lunar antes no visto. Aquel luna que por 21 años vi en un espejo en el lado izquierdo de mi rostro, ahora lo reconocía de una manera diferente en el lado izquierdo de una persona mayor.
No sé porque pero indudablemente ese señor de unos treinta años, soy o.. seré yo.
Realmente no encuentro como  expresarlo, pero mi corazón salto al mirar al niño de unos 7 años. ¿Aquel sería mi hijo?

No sé qué cara estuve haciendo pero el señor dejó de ponerme atención al ver que yo no podía articular palabra. Miré mi reloj. El señor de barba se bajó antes de llegar a Nocaima a las tres diez y seis minutos de la tarde.

Inmediatamente como pude hice las anotaciones del caso en mi agenda.

Aun ahora estoy haciendo cálculos, según los primeros resultados "me volveré a ver" dentro de 15 años.

F.U.93


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