Aquella mañana descubro de golpe que entra la luz por la ventana. Me encontré con los ojos abiertos, rodeado de un mundo
caliente que me mantiene en su sabrosa atadura por varios minutos.
Mirando el techo, recuerdo una sensación
mucho más sabrosa y gratificante que permanecer en la cama un minuto más. Hoy
me voy para Nocaima. Utilizando como arma esa emoción infantil me esforcé por
ponerme activo y escapar de las cobijas.
Me vi levantándome y moviéndome por toda la
habitación. Luego de unos segundos mi ágil cerebro se descubrió enmarañado por
el sueño.
Gracias a un movimiento de mi cuerpo sobre su
propio eje se dio la alerta. No me había movido un ápice, aún continuaba bajo
las cobijas. Salte asustado, respirando rápido; sacudiendo mi cabeza para
alejar de mí la modorra tramposa.
Logré escapar de mí mismo, tanto como de los
pitos y gritos para ponerme en camino el subirme al bus número 15.
El puente
Con un tanto de asombro inventado por mi
exaltada imaginación, me encontré rodeado por una súbita coincidencia. Subí al
bus y busque mi silla que según el tiquete debía ser el número 15. El hecho
mismo de estos encuentros numéricos me generaba muchas ideas de ciencia y
probabilidad, me recreaban experiencias con Alan Poe y últimamente con
Alejandro Montaña.
Alternativamente al recodar esos extraños
eventos catalogados como de ficción me encontré de golpe con la irreverencia y
en tal caso del culmen de las dudas respecto a la coincidencia. Hoy es quince
me mayo.
Esa afirmación inesperada y no atendida
anteriormente, atrapó mi interés.
Como no conocía narración de eventos del día
15 como del viernes 13 o una denominación numérica como la vista en el 666.
Me dedique a hacer cálculos con mis dedos y
rayarme la mano con un esfero.
No sabía que estaba buscando, así mismo que
aquellos cálculos estuvieran aferrados a alguna realidad. Se me ocurrió la
descabellada idea de un puente.
-¿Papa que es gratis? -Escuché atrás de mi,
luego de concluir mi meditación.
En esa vocecilla, más que la simple pregunta
de curioso de un niño a su padre, la última palabra cumplió una función clave.
No tanto para llamar mi atención como para generar un enlace, un puente.
-Quiere decir que no tiene precio, que no lo
cobran- contestó el señor.
-¿Y por qué no cobran?
-por varias cosas
-¿cuáles?
-Un regalo de un amigo a otro, eso es gratis-
Concluyó el mayor acomodando al niño en sus piernas.
Transcurrió el tiempo tan lentamente y las
cosas se movían como se oían, en momentos interrumpidos, solo yo y las personas
atrás de mi poseían el don de la normalidad.
Yo no había bebido nada alcohólico y mi
alimentación menos que ver.
-Ahora duerma un rato
-¿Falta mucho?
-Siempre, como unas dos horas
-¿Por qué mi abuelita no vive en Bogotá?
-Debe ser porque allá vive el abuelo
-Aah!-Dijo el niño durmiéndose.
Con solo oírlos conversar, había descubierto
con sudor en las manos un extraño parentesco conmigo.
Temblaba y los ojos por poco y se salen de
sus órbitas, al dejarme llevar por la insoportable curiosidad de ver, y
certificar una espeluznante sospecha.
Miré con cautela a mi acompañante, un hombre
barbado con un sombrero bonito abrazando a un niño.
Respire hondo y con mis manos me incorpore,
gire mi vista hacia la silla trasera. Caí de golpe en mi lugar. Mi corazón
saltaba más que nunca, no lo podía creer.
Sin mayor esfuerzo reconocí a mi papá,
delgado, así como aparece en las fotografías, cuando tenía unos veintinueve
años, y el niño, según recuerdo de un video de un matrimonio de un primo, ya
fallecido en un accidente, al cual serví de pajecito; ese niño era yo!
De un momento a otro esa atmósfera de
movimientos subacuáticos desapareció. Mire mi reloj, eran las tres y diez de la
tarde, es decir las quince y diez del día, y si mis cálculos no erraban aun me
quedaban 5 minutos como obligado participe de este fenómeno.
Mire a mi alrededor y todo parecía
completamente normal.
No existía ningún cambio ni en el ambiente ni
en la gente.
Quede frio nuevamente al observar por segunda
vez a mi compa-ñero.
Aquel hombre me miró y me dijo en tono en
reclamo - ya es un abuso, van a ser 3 horas de viaje, no anda ni en bajada-.
Yo asentí con mi cabeza.
Mirando su rostro descubrí un lunar antes no
visto. Aquel luna que por 21 años vi en un espejo en el lado izquierdo de mi
rostro, ahora lo reconocía de una manera diferente en el lado izquierdo de una
persona mayor.
No sé porque pero indudablemente ese señor de
unos treinta años, soy o.. seré yo.
Realmente no encuentro como expresarlo, pero mi corazón salto al mirar al
niño de unos 7 años. ¿Aquel sería mi hijo?
No sé qué cara estuve haciendo pero el señor
dejó de ponerme atención al ver que yo no podía articular palabra. Miré mi
reloj. El señor de barba se bajó antes de llegar a Nocaima a las tres diez y
seis minutos de la tarde.
Inmediatamente como pude hice las anotaciones
del caso en mi agenda.
Aun ahora estoy haciendo cálculos, según los
primeros resultados "me volveré a ver" dentro de 15 años.
F.U.93
No hay comentarios:
Publicar un comentario